PABLO NERUDA , VICENTE HUIDOBRO, CÉSAR VALLEJO Y SU ÉPOCA
Taller didáctico
Mª Belén García Llamas
Instituto Cervantes de Río de Janeiro
ÍNDICE
-
Semblanza
de los poetas
-
España
y la Guerra Civil
-
El
término Vanguardia
Y
sus diferentes connotaciones
-
Compromiso
político y compromiso estético
-
Análisis
de algunos poemas
Pablo...
VALS
Yo
toco el odio como pecho diurno,
yo sin cesar, de ropa en ropa
vengo
durmiendo lejos.
No
soy, no sirvo, no conozco a nadie,
no tengo armas de mar ni de
madera,
no vivo en esta casa.
De
noche y agua está mi boca llena.
La duradera luna determina
lo que no tengo.
Lo
que tengo está en medio de las olas.
Un rayo de agua, un día
para mí:
un fondo férreo.
No
hay contramar, no hay escudo, no hay traje,
no hay especial
solución insondable,
ni párpado vicioso.
Vivo
de pronto y otras veces sigo.
Toco de pronto un rostro y me
asesina.
No tengo tiempo.
No
me busquéis entonces descorriendo
el habitual hilo salvaje o
la
sangrienta enredadera.
No
me llaméis: mi ocupación es ésa.
No preguntéis mi nombre
ni mi estado.
Dejadme en medio de mi propia luna,
en mi
terreno herido.
(En
1934 fue escrito este poema. Cuántas cosas han sobrevenido desde
entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. Ay!
si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la
ira del mundo, pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón
resuelto.
El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Una
gota de sangre caída en estas líneas quedará viviendo sobre
ellas, indeleble como el amor.
Marzo
de 1939.)
MADRID
(1936)
MADRID
sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría
de
panal pobre: clara era tu calle,
claro
era tu sueno.
Un
hipo negro
de
generales, una ola
de
sotanas rabiosas
rompió
entre tus rodillas
sus
cenagales aguas, sus ríos de gargajo.
Con
los ojos heridos todavía de sueño,
con
escopeta y piedras, Madrid, recién herida,
te
defendiste. Corrías
por
las calles
dejando
estelas de tu santa sangre,
reuniendo
y llamando con una voz de océano,
con
un rostro cambiado para siempre
por
la luz de la sangre, como una vengadora
montaña,
como una silbante
estrella
de cuchillos.
Cuando
en los tenebrosos cuarteles, cuando en las sacristías
de
la traición entró tu espada ardiendo,
no
hubo sino silencio de amanecer, no hubo
sino
tu paso de banderas,
y
una honorable gota de sangre en tu sonrisa.
EXPLICO ALGUNAS COSAS
PREGUNTARÉIS:
Y
dónde
están las lilas?
Y
la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo
golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os
voy a contar todo lo que me pasa.
Yo
vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con
relojes, con árboles.
Desde
allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano
de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas
partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con
perros y
chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas,
Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de
mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en
tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de
mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados
de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero
pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las
cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las
calles,
metros, litros, esencia
aguda de la
vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el
cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las
patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y
una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las
hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y
desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde
entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos
con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros
bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por
las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como
sangre de niños.
Chacales
que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería
escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
Frente
a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para
ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad
mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa
muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de
cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño
muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis
por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de
los grandes volcanes de su país natal?
Venid
a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por
las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
CANTO
A LAS MADRES DE LOS MILICIANOS MUERTOS
NO
han muerto! Están en medio
de la pólvora,
de pie, como
mechas ardiendo.
Sus sombras puras se han unido
en la
pradera de color de cobre
como una cortina de viento
blindado,
como una barrera de color de furia,
como el
mismo invisible pecho del cielo.
Madres! Ellos están de
pie en el trigo,
altos como el profundo mediodía,
dominando
las grandes llanuras!
Son una campanada de voz negra
que
a través de los cuerpos de acero asesinado
repica la
victoria.
Hermanas como el polvo
caído, corazones
quebrantados,
tened fe en vuestros muertos!
No sólo son raíces
bajo
las piedras teñidas de sangre,
no sólo sus pobres huesos
derribados
definitivamente trabajan en la tierra,
sino
que aun sus bocas muerden pólvora seca
y atacan como océanos
de hierro, y aun
sus puños levantados contradicen la
muerte.
Porque de tantos cuerpos una vida invisible
se
levanta. Madres, banderas, hijos!
Un solo cuerpo vivo como la
vida:
un rostro de ojos rotos vigila las tinieblas
con una
espada llena de esperanzas terrestres!
Dejad
vuestros
mantos de luto, juntad todas
vuestras lágrimas hasta hacerlas
metales:
que allí golpeamos de día y de noche,
allí
pateamos de día y de noche,
allí escupimos de día y de
noche
hasta que caigan las puertas del odio!
Yo
no me olvido de vuestras desgracias, conozco
vuestros hijos
y
si estoy orgulloso de sus muertes,
estoy también orgulloso de
sus vidas.
Sus risas
relampagueaban en los sordos talleres,
sus pasos
en el Metro
sonaban a mi lado cada día, y junto
a las
naranjas de Levante, a las redes del Sur, junto
a la tinta de
las imprentas, sobre el cemento de las arquitecturas
he visto
llamear sus corazones de fuego y energías.
Y
como en vuestros corazones, madres,
hay en mi corazón tanto
luto y tanta muerte
que parece una selva
mojada por la
sangre que mató sus sonrisas,
y entran en él las rabiosas
nieblas del desvelo
con la desgarradora soledad de los días.
Pero
más
que la maldición a las hienas sedientas, al estertor
bestial
que aúlla desde el África sus patentes inmundas,
más
que la cólera, más que el desprecio, más que el llanto,
madres
atravesadas por la angustia y la muerte,
mirad el corazón del
noble día que nace,
y sabed que vuestros muertos sonríen desde
la tierra
levantando los puños sobre el trigo.
MADRID
(1937)
EN
esta hora recuerdo a todo y todos,
fibradamente, hundidamente
en
las regiones que -sonido y pluma-
golpeando un poco,
existen
más allá de la tierra, pero en la tierra.
Hoy
comienza un nuevo
invierno.
No hay en esa ciudad,
en donde está lo que amo,
no hay
pan ni luz: un cristal frío cae
sobre secos geranios. De noche
sueños negros
abiertos por obuses, como sangrientos
bueyes:
nadie en el alba de las fortificaciones,
sino un
carro quebrado: ya musgo, ya silencio de edades
en vez de
golondrinas en las casas quemadas,
desangradas, vacías, con
puertas hacia el cielo:
ya comienza el mercado a abrir sus
pobres esmeraldas,
y las naranjas, el pescado,
cada día
traídos a través de la sangre,
se ofrecen a las manos de la
hermana y la viuda.
Ciudad de luto, socavada, herida,
rota,
golpeada, agujereada, llena
de sangre y vidrios rotos, ciudad
sin noche, toda
noche y silencio y estampido y héroes,
ahora
un nuevo invierno más desnudo y más solo,
ahora sin harina,
sin pasos, con tu luna
de soldados.
A todos, a todos.
Sol pobre, sangre nuestra
perdida, corazón terrible
sacudido
y llorando. Lágrimas como pesadas balas
han caído en tu oscura
tierra haciendo sonido
de palomas que caen, mano que cierra
la
muerte para siempre, sangre de cada día
y cada noche y cada
semana y cada
mes. Sin hablar de vosotros, héroes dormidos
y
despiertos, sin hablar de vosotros que hacéis temblar el agua
y
la tierra con vuestra voluntad insigne,
en esta hora escucho el
tiempo en una calle,
alguien me habla, el invierno
llega
de nuevo a los hoteles
en que he vivido,
todo es ciudad lo
que escucho y distancia
rodeada por el fuego como por una
espuma
de víboras, asaltada por una
agua de
infierno.
Hace ya más de un año
que los enmascarados tocan tu humana
orilla
y mueren al contacto de tu eléctrica sangre:
sacos
de moros, sacos de traidores,
han rodado a tus pies de piedra:
ni el humo ni la muerte
han conquistado tus muros
ardiendo.
Entonces,
qué hay, entonces? Sí, son los del exterminio,
son
los devoradores: te acechan, ciudad blanca,
el obispo de turbio
testuz, los señoritos
fecales y feudales, el general en cuya
mano
suenan treinta dineros: están contra tus muros
un
cinturón de lluviosas beatas,
un escuadrón de embajadores
pútridos
y un triste hipo de perros militares.
Loor
a ti, loor en nube, en rayo,
en salud, en espadas,
frente
sangrante cuyo hilo de sangre
reverbera en las piedras
malheridas,
deslizamiento de dulzura dura,
clara cuna en
relámpagos armada,
material ciudadela, aire de sangre
del
que nacen abejas.
Hoy tú que vives, Juan,
hoy tú que miras, Pedro, concibes,
duermes, comes:
hoy en la noche sin luz vigilando sin sueño y
sin reposo,
solos en el cemento, por la tierra cortada,
desde
los enlutados alambres, al Sur, en medio, en torno,
sin cielo,
sin misterio,
hombres como un collar de cordones defienden
la
ciudad rodeada por las llamas: Madrid endurecida
por golpe
astral, por conmoción del fuego:
tierra y vigilia en el alto
silencio
de la victoria: sacudida
como una rosa rota:
rodeada
de laurel infinito!
UN
CANTO PARA BOLÍVAR
PADRE
nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire
de toda
nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre,
en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro
bolívar sobre el volcán bolívar,
la patata, el salitre, las
sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica
piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu
herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,
tu herencia es el
pan nuestro de cada día, padre.
Tu
pequeño cadáver de capitán valiente
ha extendido en lo
inmenso su metálica forma,
de pronto salen dedos tuyos entre
la nieve
y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu
sonrisa, tu voz palpitando en las redes.
De
qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la
rosa que recuerde tu paso.
Cómo serán las manos que toquen tu
ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen.
Y
cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de
tu corazón vivo.
Por
eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano hay
otra y hay otra junto a ella,
y otra más, hasta el fondo del
continente oscuro.
Y otra mano que tú no conociste
entonces
viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya:
de
Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro,
de la cárcel, del
aire, de los muertos de España
llega esta mano roja que es hija
de la tuya.
Capitán,
combatiente, donde una boca
grita libertad, donde un oído
escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde
un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con
la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se
divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está
naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los
malvados atacan tu semilla de nuevo,
clavado en otra cruz está
el hijo del hombre.
Pero
hacia la esperanza nos conduce tu sombra,
el laurel y la luz de
tu ejército rojo
a través de la noche de América con tu
mirada mira.
Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más
allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más allá de las
negras ciudades incendiadas,
tu voz nace de nuevo, tu mano otra
vez nace:
tu ejército defiende las banderas sagradas:
la
Libertad sacude las campanas sangrientas,
y un sonido terrible
de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del
hombre.
Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos.
La
paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron,
de nuestra joven
sangre venida de tu sangre
saldrán paz, pan y trigo para el
mundo que haremos.
Yo
conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del
Quinto Regimiento,
Padre, le dije, eres o no eres o quién
eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
"Despierto
cada cien años cuando despierta el pueblo".
V
A
MIGUEL
HERNÁNDEZ, ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA
LLEGASTE
a
mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu
inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un
olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre
los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena
segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También
el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de
naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y
tú,
con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol
de la batalla.
Ya
sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí,
de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te
escucho, sangre, música, panal agonizante.
No
he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni
raíces
tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu
corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
Joven
eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de
trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.
No
estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que
te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú
reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre
el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que
sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los
que te dieron tormento que me verán
un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en
sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra,
silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu
martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y
a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana,
el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me
quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel,
lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra
victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.
Y
más allá la tierra se
agiganta,
la tierra
que
visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria están seguros,
acrecentados sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la
luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no el llanto,
sino las armas
inexorables!
·
Espéralas! Espérame!
España,
Aparta de mí este cáliz (1937)
I
HIMNO
A LOS VOLUNTARIOS DE LA REPÚBLICA
Voluntario
de España,
miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu
corazón,
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no
sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo,
aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho
que acabe, al que bien, que venga,
y quiero
desgraciarme;
descúbrome la frente impersonal hasta tocar
el
vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaño esas famosas
caídas de arquitecto
con las que se honra el animal que me
honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi
tumba la alegría
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada,
déjame,
desde mi piedra en blanco, déjame,
solo,
cuadrumano,
más acá, mucho más lejos,
al no caber entre mis manos tu
largo rato extático,
quiebro con tu rapidez de doble filo
mi
pequeñez en traje de grandeza!
Un día diurno, claro,
atento, fértil
¡oh bienio, el de los lóbregos semestres
suplicantes,
por el que iba la pólvora mordiéndose los
codos!
¡oh dura pena y más duros pedernales!
!oh frenos
los tascados por el pueblo!
Un día prendió el pueblo su
fósforo cautivo, oró de cólera
y soberanamente pleno,
circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban
candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias
muertas...
¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones
precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores
de pueblos con esperanzas de hombres!
¡Muerte y pasión de paz,
las populares!
¡Muerte y pasión guerreras entre olivos,
entendámonos!
Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas
los vientos
y de llave las tumbas en tu pecho,
tu frontal
elevándose a primera potencia de martirio.
El mundo
exclama: “¡Cosas de españoles!” Y es
verdad.
Consideremos,
durante una balanza, a quemarropa,
a
Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a
Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero
también
del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya,
de hinojos y rezando ante un espejo,
a Coll, el paladín en cuyo
asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a
Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros
o a Cajal,
devorado por su pequeño infinito, o todavía
a Teresa, mujer
que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en más de un
punto con Teresa...
(Todo acto o voz genial viene del pueblo
y
va hacia él, de frente o transmitidos
por incesantes briznas,
por el humo rosado
de amargas contraseñas sin fortuna)
Así
tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura,
agitada por
una piedra inmóvil,
se sacrifica, apártase,
decae para
arriba y por su llama incombustible sube,
sube hasta los
débiles,
distribuyendo españas a los toros,
toros a las
palomas...
Proletario que mueres de universo, ¡en qué
frenética armonía
acabará tu grandeza, tu miseria, tu
vorágine impelente,
tu violencia metódica, tu caos teórico y
práctico, tu gana
dantesca, españolísima, de amar, aunque sea
a traición,
a tu enemigo!
¡Liberador ceñido de
grilletes,
sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la
extensión,
vagarían acéfalos los clavos,
antiguo, lento,
colorado, el día,
nuestros amados cascos,
insepultos!
¡Campesino caído con tu verde follaje por el
hombre,
con la inflexión social de tu meñique,
con tu
buey que se queda, con tu física,
también con tu palabra atada
a un palo
y tu cielo arrendado
y con la arcilla inserta en
tu cansancio
y la que estaba en tu uña,
caminando!
¡Constructores
agrícolas, civiles y
guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba
escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la
muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras
bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el
mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de
vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será
entonces de oro!
¡Se amarán todos los hombres
y
comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes
y
beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarán
andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras
órbitas, venturosos
serán y al son
de vuestro atroz
retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana sus quehaceres,
sus figuras soñadas y cantadas!
¡Unos mismos zapatos
irán bien al que asciende
sin vías a su cuerpo
y al que
baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazándose hablarán los
mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los
ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los
ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que
no pudisteis dar!
¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga
traerá
pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza;
volverán
los niños abortados a nacer perfectos, espaciales
y
trabajarán todos los hombres,
engendrarán todos los
hombres,
comprenderán todos los hombres!
¡Obrero,
salvador, redentor nuestro,
perdónanos, hermano, nuestras
deudas!
Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:
qué
jamás tan efímero, tu espalda!
qué siempre tan cambiante, tu
perfil!
¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de
batalla
un león abisinio va cojeando!
¡Voluntario
soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!
¡Voluntarios
del sur, del norte, del oriente
y tú, el occidental, cerrando
el canto fúnebre del alba!
¡Soldado conocido, cuyo
nombre
desfila en el sonido de un abrazo!
¡Combatiente que
la tierra criara, armándote
de polvo,
calzándote de
imanes positivos,
vigentes tus creencias personales,
distinto
de carácter, íntima tu férula,
el cutis inmediato,
andándote
tu idioma por los hombros
y el alma coronada de
guijarros!
¡Voluntario fajado de tu zona fría,
templada o
tórrida,
héroes a la redonda,
víctima en columna de
vencedores:
en España, en Madrid, están llamando
a matar,
voluntarios de la vida!
¡Porque en España matan, otros
matan
al niño, a su juguete que se para,
a la madre
Rosenda esplendorosa,
al viejo Adán que hablaba en alta voz con
su caballo
y al perro que dormía en la escalera.
Matan al
libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa página
primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su
bastón, a su colega,
al barbero de al lado -me cortó
posiblemente,
pero buen hombre y, luego, infortunado;
al
mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasó
llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus
rodillas...
¡Voluntarios,
por la vida, por los
buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por
la libertad de todos,
del explotado, del explotador,
por la
paz indolora —a sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y
más cuando circulo dando voces—
y hacedlo, voy diciendo,
por
el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su
cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas
al cadáver de un camino!
Para que vosotros,
voluntarios
de España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo bueno, y
era para ver
vuestra sangre, voluntarios...
De esto hace
mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos en edad de
orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os
siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos
pasos, a uno,
la dirección del agua que corre a ver su límite
antes que arda.
II
BATALLAS
Hombre
de Extremadura,
oigo
bajo tu pie el humo del lobo,
el humo de la especie,
el
humo del niño,
el humo solitario de dos trigos,
el humo de
Ginebra, el humo de Roma, el humo de Berlín
y el de París y el
humo de tu apéndice penoso
y el humo que, al fin, sale del
futuro.
¡Oh vida! ¡Oh tierra! ¡Oh España!
¡Onzas de
sangre,
metros de sangre, líquidos de sangre,
sangre a
caballo, a pie, mural, sin diámetro,
sangre de cuatro en
cuatro, sangre de agua
y sangre muerta de la sangre
viva!
Extremeño, ioh no ser aún ese hombre
por el
que te mató la vida y te parió la muerte
y quedarse tan sólo
a verte así, desde este lobo,
cómo sigues arando en nuestros
pechos!
iExtremeño, conoces
el secreto en dos voces,
popular y táctil,
del cereal: jque nada vale tanto
una
gran raíz en trance de otra!
Extremeño acodado, representando
el alma en su retiro
acodado a mirar
el caber de una vida
en una muerte!
iExtremeño, y no haber tierra que
hubiere
el peso de tu arado, ni más mundo
que el color de
tu yugo entre dos épocas; no haber
el orden de tus póstumos
ganados!
iExtremeño, dejásteme
verte desde este lobo,
padecer,
pelear por todos y pelear
para que el inviduo sea
un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que
todo el mundo sea un hombre, y para
que hasta los animales sean
hombres,
el caballo, un hombre,
el reptil, un hombre,
el
buitre, un hombre honesto,
la mosca, un hombre, y el olivo, un
hombre
y hasta el ribazo, un hombre
y el mismo cielo, todo
un hombrecito!
Luego, retrocediendo desde Talavera,
en
grupos de uno a uno, armados de hambre, en masas de a uno,
armados
de pecho hasta la frente,
sin aviones, sin guerra, sin
rencor,
el perder a la espalda,
y el ganar
más abajo
del plomo, heridos mortalmente de honor,
locos de polvo, el
brazo a pie,
amando por las malas,
ganando en español toda
la tierra,
retroceder aún, y no saber
dónde poner su
España,
dónde ocultar su beso de orbe,
dónde plantar su
olivo de bolsillo!
Mas desde aquí, más tarde,
desde
el punto de vista de esta tierra,
desde el duelo al que fluye el
bien satánico,
se ve la gran batalla de Guernica.
Lid a
priori, fuera de la cuenta,
lid en paz, lid de las almas
débiles
contra los cuerpos débiles, lid en que el niño
pega,
sin que le diga nadie que pegara,
bajo su atroz
diptongo
y bajo su habilísimo pañal,
y en que la madre
pega con su grito, con el dorso de una lágrima
y en el que el
enfermo pega con su mal, con su pastilla y su hijo
y en que el
anciano pega
con sus canas, sus siglos y su palo
y en que
pega el presbítero con dios!
Tácitos defensores de
Guemica!
ioh débiles!
ioh suaves ofendidos
que os
eleváis, crecéis,
y llenáis de poderosos débiles el
mundo!
En Madrid, en Bilbao, en Santander,
los
cementerios fueron bombardeados,
y los muertos inmortales,
de
vigilantes huesos y hombro eterno, de las tumbas,
los muertos
inmortales, de sentir, de ver, de oír
tan bajo el mal, tan
muertos a los viles agresores,
reanudaron entonces sus penas
inconclusas,
acabaron de llorar, acabaron
de sufrir,
acabaron de vivir,
acabaron, en fin, de ser mortales!
¡Y
la pólvora fue, de pronto, nada,
cruzándose los signos y los
sellos,
ya la explosión salióle al paso un paso,
y al
vuelo a cuatro patas, otro paso
y al cielo apocalíptico, otro
paso
y a los siete metales, la unidad,
sencilla. justa,
colectiva, eterna.
Málaga sin padre ni madre
ni
piedrecilla, ni horno, ni perro blanco!
Málaga sin defensa,
donde nació mi muerte dando pasos
y murió de pasión mi
nacimiento!
Málaga caminando tras de tus pies, en éxodo,
bajo
el mal, bajo la cobardía, bajo la historia cóncava, indecible,
con
la yema en tu mano: tierra orgánica!
y la clara en la punta del
cabello: todo el caos!
iMálaga huyendo
de padre a padre,
familiar, de tu hijo a tu hijo,
a lo largo del mar que huye del
mar,
a través del metal que huye del plomo,
a ras del
suelo que huye de la tierra
y a las órdenes iay!
de la
profundidad que te quería!
iMálaga a golpes, a fatídico
coágulo, a bandidos, a infiernazos
a cielazos,
andando
sobre duro vino, en multitud,
sobre la espuma lila, de uno en
uno,
sobre huracán estático y más lila,
y al compás de
las cuatro órbitas que aman
y de las dos costillas que se
matan!
iMálaga de mi sangre diminuta
y mi coloración a
gran distancia,
la vida sigue con tambor a tus honores
alazanes,
con cohetes, a tus niños eternos
y con silencio
a tu último tambor,
con nada, a tu alma,
y con más nada,
a tu esternón genial!
iMálaga, no te vayas con tu nombre!
iQue
si te vas,
te vas
toda, hacia ti, infinitamente en son
total,
concorde
con tu tamaño fijo en que me aloco,
con tu suela feraz y su
agujero
y tu navaja antigua,atada a tu hoz enferma
y tu
madero atado a un martillo!
iMálaga literal y
malagüeña,
huyendo a Egipto, puesto que estás
clavada,
alargando en sufrimiento idéntico tu
danza,
resolviéndose en ti el volumen de la esfera,
perdiendo
tu botijo, tus cánticos, huyendo
con tu España exterior y tu
orbe innato!
¡Málaga por derecho propio
y en el jardín
biológico, más Málaga!
¡Málaga, en virtud
del camino.
en atención al lobo que te sigue
y en razón del lobezno que te
espera!
¡Málaga. que estoy llorando!
¡Málaga. que lloro
y lloro!
III
Solía
escribir con su dedo grande en el aire...
Solía
escribir con
su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro
Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y
hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre. Pedro y sus
dos muertes.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma
de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros
pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han
matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han
matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los
compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con
esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del
héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en
su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la
chaqueta una cuchara muerta.
Pedro también solía
comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la
mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y
esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando
dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus
símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los
compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han
matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al
hombre, a aquel
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y
que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus
nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.
Lo han
matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana
Vázquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando
andaba cerca ya de todo.
Pedro Rojas, así, después de
muerto
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró
por España
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban
los compañeros! Pedro Rojas».
Su cadáver estaba lleno
de mundo.
IV
Los
MENDIGOS pelean por España...
Los
mendigos pelean por
España,
mendigando en París, en Roma, en Praga
y
refrendando así, con mano gótica, rogante,
los pies de los
Apóstoles, en Londres, en New York, en Méjico.
Los pordioseros
luchan suplicando infernalmente
a Dios Por Santander,
la
lid en que ya nadie es derrotado.
Al sufrimiento antiguo
danse,
encarnízanse en llorar plomo social
al pie del individuo,
y
atacan a gemidos, los mendigos,
matando con tan solo ser
mendigos.
Ruegos de infantería,
en que el arma ruega
del metal para arriba,
y ruega la ira, más acá de la pólvora
iracunda.
Tácitos escuadrones que disparan,
con cadencia
mortal, su mansedumbre,
desde un umbral, desde sí mismos, ¡ay!
desde sí mismos.
Potenciales guerreros
sin calcetines al
calzar el trueno,
satánicos, numéricos,
arrastrando sus
títulos de fuerza,
migaja al cinto,
fusil doble calibre:
sangre y sangre.
¡E1 poeta saluda al sufrimiento armado!
V
IMAGEN
ESPAÑOLA DE LA MUERTE
¡Ahí
pasa! ¡Llamadla!
¡Es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irún:
sus pasos
de acordeón, su palabrota,
su metro del tejido que te dije,
su
gramo de aquel peso que he callado ¡si son ellos!
¡Llamadla!
Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como que sabe bien
dónde la venzo,
cuál es mi maña grande, mis leyes especiosas,
mis códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como
un hombre, entre las fieras,
se apoya de aquel brazo que se
enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y
se para a las puertas elásticas del sueño.
¡Gritó!
¡Gritó! ¡Gritó su grito nato, sensorial!
Gritara de
vergüenza, de ver cómo ha caído entre las plantas,
de ver
cómo se aleja de las bestias,
de oír cómo decimos: ¡Es la
muerte!
¡De herir nuestros más grandes intereses!
(Porque
elabora su hígado la gota que te dije, camarada;
porque se come
el alma del vecino)
¡Llamadla! Hay que seguirla
hasta
el pie de los tanques enemigos,
que la muerte es un ser sido a
la fuerza,
cuyo principio y fin llevo grabados
a la cabeza
de mis ilusiones,
por mucho que ella corra el peligro
corriente
que tú sabes y que haga como que hace que me
ignora.
¡Llamadla! No es un ser, muerte violenta,
sino,
apenas, lacónico suceso;
más bien su modo tira, cuando
ataca,
tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de
dicha;
más bien tira su tiempo audaz, a céntimo impreciso
y
sus sordos quilates, a déspotas aplausos.
Llamadla, que en
llamándola con saña, con figuras,
se la ayuda a arrastrar sus
tres rodillas,
como, a veces,
a veces duelen, punzan
fracciones enigmáticas, globales,
como, a veces, me palpo y no
me siento.
¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome,
con
su cognac, su pómulo moral,
sus pasos de acordeón, su
palabrota.
¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la
lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De
su pus para arriba, ¡ay de mi férula, teniente!
De su imán
para abajo, ¡ay de mi tumba!
VI
CORTEJO
TRAS LA TOMA DE BILBAO
Herido
y muerto,
hermano,
criatura veraz, republicana, están andando en su
trono,
desde que tu espinazo cayó famosamente;
están
andando, pálido, en tu edad flaca y anual,
laboriosamente
absorta ante los vientos.
Guerrero en ambos
dolores,
siéntate a oír, acuéstate al pie del palo
súbito,
inmediato de tu trono;
voltea;
están las
nuevas sábanas, extrañas;
están andando, hermano, están
andando.
Han dicho “¡Como! ¡Dónde!…”,
expresándose
en trozos de paloma,
y en los niños suben
sin llorar a tu polvo.
Ernesto Zúñiga, duerme con la mano
puesta,
con el concepto puesto,
en descanso tu paz, en paz
tu guerra.
Herido mortalmente de vida, camarada,
camarada
jinete,
camarada caballo entre hombre y tierra,
tus
huesecillos de alto y melancólico dibujo
forman pompa
española,
laureada de finísimos andrajos.
Siéntate,
pues, Ernesto,
oye que están andando, aquí, en tu trono,
desde
que tu tobillo tiene canas.
¿Qué trono?
¡Tu zapato
derecho! ¡Tu zapato!
(13
septiembre 1937).
VII
Varios
días el aire, compañeros...
Varios
días el
aire, compañeros,
muchos días el viento cambia de aire,
el
terreno, de filo,
de nivel el fusil republicano.
Varios
días España está española.
Varios días el
mal
moviliza sus órbitas, se abstiene,
paraliza sus ojos
escuchándolos.
Varios días orando con sudor desnudo,
los
milícianos cuélganse del hombre.
Varios días, el mundo,
camarada,
el mundo está español hasta la muerte.
Varios
días ha muerto aquí el disparo
y ha muerto el cuerpo en su
papel de espíritu
y el alma es ya nuestra alma,
compañeros.
Varios días el cielo,
éste, el del día, el
de la pata enorme.
Varios días, Gijón;
muchos días,
Gijón;
mucho tiempo, Gijón;
mucha tierra, Gijón;
mucho
hombre, Gijón;
y mucho dios, Gijón,
muchísimas Españas
¡ay! Gijón.
Camaradas,
varios días el viento
cambia de aire.
VIII
Aquí,
Ramón Collar...
Aquí,
Ramón
Collar,
prosigue tu familia soga a soga,
se sucede,
en
tanto que visitas, tú, allá, a las siete espadas, en Madrid,
en
el frente de Madrid.
¡Ramón Collar, yuntero
y
soldado hasta yerno de tu suegro,
marido, hijo limítrofe del
viejo Hijo del Hombre!
Ramón de pena, tú, Collar
valiente,
paladín de Madrid y por cojones; Ramonete,
aquí,
los
tuyos piensan mucho en tu peinado!
¡Ansiosos, ágiles de
llorar, cuando la lágrima!
¡Y cuando los tambores, andan;
hablan
delante de tu buey, cuando la tierra!
¡Ramón!
¡Collar! ¡A ti! ¡Si eres herido,
no seas malo en sucumbir:
¡refrénate!
Aquí,
tu cruel capacidad está en
cajitas;
aquí,
tu pantalón oscuro, andando el
tiempo,
sabe ya andar solísimo, acabarse;
aquí,
Ramón,
tu suegro, el viejo,
te pierde a cada encuentro con su
hija!
¡Te diré que han comido aquí tu carne,
sin
saberlo,
tu pecho, sin saberlo,
tu pie;
pero cavilan
todos en tus pasos coronados de polvo!
¡Han rezado a
Dios,
aquí;
se han sentado en tu cama, hablando a
voces
entre tu soledad y tus cositas;
no sé quién ha
tomado tu arado, no sé quién
fue a ti, ni quién volvió de tu
caballo!
¡Aquí, Ramón Collar, en fin, tu
amigo!
¡Salud!, hombre de Dios, mata y escribe.
(10
septiembre 1937)
IX
PEQUEÑO
RESPONSO A UN HÉROE DE LA REPÚBLICA
Un
libro quedó
al borde de su cintura muerta,
un libro retoñaba de su cadáver
muerto.
Se llevaron al héroe,
y corpórea y aciaga entró
su boca en nuestro aliento;
sudamos todos, el hombligo a
cuestas;
caminantes las lunas nos seguían;
también sudaba
de tristeza el muerto.
Y un libro, en la batalla de
Toledo,
un libro, atrás un libro, arriba un libro, retoñaba
del cadáver.
Poesía del pómulo morado, entre el decirlo
y
el callarlo,
poesía en la carta moral que acompañara
a su
corazón.
Quedóse el libro y nada más, que no hay
insectos
en la tumba,
y quedó al borde (le su manga, el aire
remojándose
y haciéndose gaseoso, infinito.
Todos
sudamos, el ombligo a cuestas,
también sudaba de tristeza el
muerto
y un libro, yo lo vi sentidamente,
un libro, atrás
un libro, arriba un libro
retoño del cadáver ex abrupto.
X
INVIERNO
EN LA BATALLA DE TERUEL
¡Cae
agua de
revólveres lavados!
Precisamente,
es la gracia metálica
del agua,
en la tarde nocturna en Aragón,
no obstante las
construídas yerbas,
las legumbres ardientes, las plantas
industriales.
Precisamente,
es la rama serena de la
química,
la rama de explosivos en un pelo,
la rama de
automóviles en frecuencia y adioses.
Así responde el
hombre, así, a la muerte,
así mira de frente y escucha de
costado,
así el agua, al contrario de la sangre, es de
agua,
así el fuego, al revés de la ceniza, alisa sus rumiantes
ateridos.
¿Quién va, bajo la nieve? ¿Están matando?
No.
Precisamente,
va la vida coleando, con su segunda
soga.
¡Y horrísima es la guerra, solivianta,
lo
pone a uno largo, ojoso;
da tumba la guerra, da caer,
da
dar un salto extraño de antropoide!
Tú lo hueles, compañero,
perfectamente,
al pisar,
por distracción tu brazo entre
cadáveres;
tú lo ves, pues tocaste tus testículos poniéndote
rojísimo;
tú lo oyes en tu boca de soldado natural.
Vamos,
pues, compañero;
nos espera tu sombra apercibida,
nos
espera tu sombra acuartelada,
mediodía capitán, noche soldado
raso...
Por eso, al referirme a esta agonía,
aléjome de
mí gritando fuerte:
¡Abajo mi cadáver!... Y sollozo.
XI
Miré
el cadáver...
Miré
el cadáver,
su raudo orden visible
y el desorden lentísimo de su alma;
le
vi sobrevivir; hubo en su boca
la edad entrecortada de dos
bocas.
Le gritaron su número: pedazos.
Le gritaron su
amor: ¡más le valiera!
Le gritaron su bala: ¡también
muerta!"
Y su orden digestivo sosteníase
y el
desorden de su alma, atrás, en balde.
Le dejaron y oyeron, y es
entonces
que el cadáver
casi vivió en secreto, en un
instante;
mas le auscultaron mentalmente, ¡y fechas!
lloránrole
al oído, ¡y también fechas!
(3
septiembre 1937)
X
MASA
Al
fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un
hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y
repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a
él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y
no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió
muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un
ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay!
siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la
tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse
a andar…
10
de noviembre de 1937
¡Cuídate,
España, de tu propia España!
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de
la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la
hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a
pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del
que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y
del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las
calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las
calaberas!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate
del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus
vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate
del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del
cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus
héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la
República!
¡Cuídate del futuro!
España,
aparta de mi este cáliz
Niños
del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del
cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas
terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué
temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro
pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el
cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España
con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus
férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os
dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está
con ella, padres procesales!
Si cae -digo, es un decir- si
cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais
a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo
van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptóngo, la
medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado
por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del
alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos
de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está
ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las
florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que
está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y
está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la
calavera, aquella de la trenza,
la calavera, aquella de la
vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto
de las sílabas, el llando
de la materia y el rumor menor de las
pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos
piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si
las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos
limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si
tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin
punta; si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid,
niños del mundo; id a buscarla!

HUIDOBRO EN ESPAÑA
por Andrés Morales
Universidad de Chile
La importancia de las visitas del poeta chileno Vicente Huidobro a España han sido fuente constante de polémica entre sus defensores y detractores (1) quienes aumentan o disminuyen el peso específico de su alcance sobre los autores del momento. De lo que no cabe ninguna duda es que su paso por Madrid fue decisivo para la necesaria renovación de la poesía que, por ese entonces se escribía en la península ibérica. Aunque quizás su primer viaje de 1918, con la difusión de libros como El espejo de agua y Horizon Carré o la divulgación de sus ideas creacionistas que darían como fruto el nacimiento del ultraísmo, haya sido más decisivo que el segundo de 1919 (con la temprana noticia a Cansinos de su poema Altazor), el polémico tercero de 1920, el cuarto de 1921, el quinto de 1931 (en el que publicará Altazor y Temblor de Cielo), el sexto - marcado por la guerra civil - de 1936, o el séptimo de 1937 (año del famoso Congreso de Escritores Antifascistas) todos revisten una importancia que ningún crítico puede desestimar. Lo que hoy aparece como indispensable es dimensionar con la mayor equidad posible la trascendencia que estas visitas significaron para la literatura española de esos días y, también, para la propia escritura del autor chileno. Esta necesaria revisión debe entregar las claves para un mejor conocimiento de la poesía vanguardista peninsular y también para entender los inicios y vínculos con una parte importante de la literatura hispanoamericana de vanguardias.
El primer viaje: 1918
Aunque ya se podían constatar algunos cambios y un interés por las nuevas técnicas escriturales que se practicaban en Francia e Italia (2), dentro de la poesía española de la época, pocos son los ejemplos auténticamente vanguardistas que pueden citarse con propiedad. En el año 1918 la poesía escrita en la península (salvo contadas excepciones) aún adolecía de un fuerte influjo del Modernismo e incluso de los últimos ecos del Romanticismo tardío. Poco o nada hacía prever que se pudiesen registrar cambios radicales en los procedimientos y en los temas (ya casi anquilosados) de los poetas españoles. Si bien las tertulias cumplían un importante papel como espacios de difusión de las noticias que algunos viajeros traían desde el otro lado de los Pirineos, la mayoría de los escritores no se atrevía - por desconocimiento o timidez - a ensayar aquellas técnicas y, más que eso, a poner en práctica esa autentica revolución estilística que constituía laavant garde.
La llegada a Madrid de Vicente Huidobro en ese año debe ser considerada con toda justicia y propiedad como el punto de arranque para que esos jóvenes poetas contertulios de Cansinos Asséns abriesen sus mentes a las nuevas corrientes literarias que desde hacía tiempo ya habían hecho su aparición en el resto del continente europeo (3). Ningún argumento más válido para sostener esta afirmación que las propias palabras de Rafael Cansinos Assens, quien da testimonio de la importancia de este hecho llegando a considerar la visita del poeta chileno a su tertulia del Café "Colonial" como uno de los acontecimientos más importantes de 1918:
"(…) el acontecimiento supremo del año literario que
ahora acaba, lo constituye el tránsito por esta corte
del joven poeta chileno Vicente Huidobro, que a me-
diados de estío llegó a nosotros, de regreso de París
donde pudo ver las grandes cosas de la guerra y al-
canzar las últimas evoluciones literarias. Pocas líneas
en nuestra prensa señalaron la estancia del original
cantor, que retraído y desdeñoso, sólo se comunicó con
unos pocos para anunciarles sus primicias nuevas. Y,
sin embargo, su venida a Madrid fue el único aconte-
cimiento literario del año, porque con él pasaron por
nuestro meridiano las últimas tendencias estéticas del
extranjero; y él mismo asumía la representación de una
de ellas, no la menos interesante, el creacionismo, cuya
paternidad compartió allá en París con otro singular
poeta, Pedro Reverdy, el autor de Les ardoises du toit,
y cuyo evangelio práctico recogió en un libro, Horizon
carré (París, 1917).
(…) Huidobro nos traía primicias completamente nue-
vas, nombres nuevos, obras nuevas; un ultramodernis-
mo.
(…) De estos coloquios familiares, una virtud de reno-
vación trascendió a nuestra lírica; y un día, quizá no le-
jano muchos matices nuevos de libros futuros habrán de
referirse a las exhortaciones apostólicas de Huidobro,
que trajo el verbo nuevo. Porque su estancia aquí, de
julio a noviembre, en que tornó a su patria chilena, los
poetas más jóvenes le rodearon y de él aprendieron
otros números musicales y otros modos de percibir la
belleza (…) (4)
De igual forma, Cansinos adelanta las ideas expuestas en un artículo publicado en la revista "Cosmópolis" el año 1919 (antecedente del capítulo dedicado a la estancia del chileno en Madrid que luego ampliaría en su libro La nueva literatura publicado en 1925). Es interesante comprobar el simil que establece el escritor español con las visitas realizadas por Rubén Darío:
(…) De igual modo, el paso de Huidobro por
entre nuestros jóvenes ha sido una lección de
modernidad y un acicate para trasponer las
puertas que nunca deben cerrarse. Porque
si Rubén vino a acabar con el romanticismo,
Huidobro ha venido a descubrir la senectud
del ciclo novecentista y de sus arquetipos, en
cuya imitación se adiestran hoy, por desgra-
cia, los jóvenes, semejantes a los alumnos
de dibujo que se ejercitan copiando manos
y pies de estatuas clásicas (…)" (5)
Este decisivo testimonio de Cansinos permite situar con precisión los alcances de esta primera visita que, sin restar ningún mérito a Huidobro, restringe el ámbito de su influencia a los miembros de la tertulia del Café "Colonial" y, tal vez, a unos pocos más interesados. Pero he aquí el punto más interesante, pues es posible constatar un fenómeno de transmisión literaria curioso pero no por eso menos influyente y decisivo. La importancia de la llegada de Huidobro al Madrid de 1918 está determinada por la forma en cómo se conocieron sus textos: lecturas públicas ante los jóvenes poetas de la tertulia de Cansinos, charlas sobre las distintas vanguardias, sobre el propio creacionismo y difusión de algunos escasos ejemplares de Horizón carré entre los mismos asistentes. Desde estos ejemplares empezarían a copiar los poemas otros jóvenes autores extendiendo el conocimiento de los textos del chileno y, fundamentalmente, de los procedimientos que allí se aplican como autentica novedad para los españoles(6). Los jovencísimos Xavier Bóveda (1898 -1950?), Rogelio Buendía (1891 - 1969), José de Ciria y Escalante (1903 - 1924), César A. Comet (1890 - ?), Pedro Garfias (1901 - 1967), Rafael Lasso de la Vega, Marqués de Villanova (1890 - 1959), Eugenio Montes (1897 - 1982), Eliodoro Puche (1885 - 1964), Pedro Raida (1890? - ?), José Rivas Panedas (1890 - ?) Guillermo De Torre (1900 - 1971), Adriano Del Valle (1895 - 1958), Isaac Del Vando Villar (1890 - 1963), Francisco Vighi (1890 - 1961) y otros serían los difusores que ampliaron la órbita de influencia del poeta chileno. El nacimiento del ultraísmo empieza justamente a partir de la palabra "ultramodernismo" utilizada por Cansinos a propósito de la escritura que dio a conocer Huidobro y en el momento en que los poetas españoles comienzan, al igual que amanuenses medievales, a copiar y a distribuir entre otros interesados los poemas deHorizón Carré y, es de suponer, de la plaquette El espejo de agua.
La correspondencia que el poeta chileno iniciará con los futuros miembros del ultraísmo español (con diversos consejos y el envío de ejemplares de sus libros) será el otro vehículo de transmisión de las ideas que irán plasmando hasta la formación "oficial" de esta singular vanguardia (otoño de 1918) con la publicación en periódicos madrileños (y más tarde, en 1919, en la revista "Cosmópolis") del primer manifiesto ultraísta: "Ultra".
Casi desde sus orígenes se iniciará la polémica que va a existir permanentemente entre Vicente Huidobro y aquellos nuevos poetas del ultraísmo. Como si se tratara de un rápido parricidio, muy tempranamente los diversos autores de ultra (de un "peso específico" bastante dudoso)(7)se encargarán de señalar la distancia que media entre ellos y el poeta chileno, rechazando la idea de seguir ciegamente los dictados del creacionismo. Como era de esperar, la respuesta de Huidobro no tardará demasiado aclarando con mucha precisión el escaso valor literario de los textos producidos por los poetas ultraístas y la casi nula concepción vanguardista que estos poseen (8).
Paralelamente, se inician los primeros contactos epistolares entre Huidobro y el futuro miembro del grupo poético de 1927, Gerardo Diego. Esta relación, sin duda una de las más importantes de las que sostuviera el poeta chileno con escritores peninsulares, continuará hasta la muerte del chileno en 1948. Diego es uno de los poetas que justamente conocerá la obra del chileno a través de las copias realizadas por los asistentes a la tertulia de Cansinos, relatando así esta experiencia:
"(…) Yo comencé a conocer la poesía de Huidobro en
enero de 1919 - antes sólo algún fragmento aislado y re-
ferencias críticas de Cansinos - y en seguida tenía ya co-
piados sus últimos libros, que me prestó Eugenio Montes,
fervoroso huidobrista de aquella hora. A Vicente después
de cruzarnos algunas cartas (claro está que yo fui el pri-
mero en escribirle para manifestarle mi entusiasmo), le
conocí personalmente en Madrid en el invierno de 1920-
1921 (…)"(9)
Este interesante vínculo hará de la poesía de Diego una de las más singulares de todo el inmenso corpus del grupo poético del 27, ya que este poeta santanderino combinará una escritura de corte clásico con otra de corte vanguardista, alternándola con gran soltura y sin manifestar mayores contradicciones en esta práctica tan especial. El fervor creacionista de Gerardo Diego se manifestará hasta sus últimos libros (10) donde continúa el ejercicio de su "poesía de creación" -como él mismo la llama en clara referencia a una programada adhesión a las enseñanzas de Vicente Huidobro- transformándose así en el único continuador en toda la lengua castellana (con ciertas particularidades propias, claro está) de la vanguardia huidobreana. Los aportes de Diego al creacionismo son múltiples y amplían el horizonte inaugurado por el poeta chileno: un constante diálogo con la tradición hispánica ( Garcilaso, Góngora, etc.), el uso de la rima consonante, el verso medido, la incorporación de un espíritu lírico aún más lúdico y humorístico que el huidobreano (en el sentido de la profunda exploración que Diego realiza en el campo del humor y de las posibilidades de ironizar frente a la poesía decimonónica, por ejemplo) sumado al intento por realizar una síntesis entre la tradición y la vanguardia (Fábula de Equis y Zeda), a la par de recorrer paralelamente ambas formas de entender la poesía, hacen que la obra de Diego deba ser valorada no como la de un seguidor, sino como un esfuerzo por ensanchar más aún las fronteras del creacionismo.
El caso de Juan Larrea reviste también características únicas. A instancias del propio Gerardo Diego, Larrea conoce la obra del poeta chileno y queda tan impresionado por la misma, que no sólo va a cambiar sus concepciones estéticas sino su forma de entender al mundo desde una perspectiva diferente. David Bary (11) relata con mucha propiedad este cambio existencial y literario:
"(…) En 1919 Larrea tuvo su primer encuentro con
la poesía de Huidobro, gracias a la intervención de
Gerardo Diego. El efecto fue fulminante. El conoci-
miento de un par de los Poemas árticos le reveló al
joven bilbaíno la posibilidad de la liberación no sólo
literaria sino cultural y personal. Empezó de golpe a
escribir de una manera nueva y a entrever la esperan-
za de vivir de un modo hasta entonces insospechado,
libre de las trabas de una cultura rezagada e inflexible
(…).(12)"
El único libro de Larrea, Versión Celeste (1970) será tributario, en su primera parte, de la estética creacionista. Igualmente, el poema de mayor extensión que Larrea escribiera, "Cosmopolitano" (publicado en "Cervantes" en noviembre de 1919) y que, sin lugar a dudas, hay que filiar con Ecuatorial13, no sólo por compartir el tema del viaje como eje central, sino por el tono general del poema, considerando su extraordinaria importancia en la poesía española de ese entonces por su temprana aparición y los recursos creacionistas aplicados con una segura propiedad que lo distingue de todos los otros experimentos peninsulares. La admiración del poeta bilbaíno por Huidobro no cesará jamás, aunque su escritura derive, sin duda, hacia la órbita surrealista. De hecho, junto con difundir al gran poeta peruano César Vallejo en su famosa revista "Aula Vallejo", Larrea defenderá siempre la trayectoria poética de su amigo chileno(13) .
Un último hecho vendrá a subrayar la trascendencia del primer viaje de Huidobro a la capital de España: la edición de cuatro libros importantes dentro de su producción literaria, Poemas árticos, Ecuatorial, Tour Eiffel y Hallalí, todos publicados durante 1918(14) y de los cuales la crítica de la época no dice prácticamente nada. Sin duda los escasos tirajes y las dificultades en la distribución de libros considerados como extraños y demasiado temerarios incidió notablemente para que los periódicos y revistas de ese entonces mantuvieran un imperdonable silencio. A esto debe agregarse que, salvo figuras excepcionales, la mayoría de los críticos y escritores españoles no dominaban la lengua francesa (tres de estos libros fueron publicados en ese idioma y sin traducción al castellano) lo que complicaba aún más su recepción.
Como reflexión final a esta primera visita, es necesario destacar el hecho que el paso de Huidobro por Madrid (a pesar de los múltiples comentarios de Guillermo De Torre y otros detractores) no puede dejar de señalarse como el momento inaugural de la vanguardia española; vanguardia que no sólo debe ser restringida al ámbito del ultraísmo, sino también al propio creacionismo que tocará directamente a dos miembros del 27, Diego y Larrea, consolidando a la vanguardia como una nueva forma de escritura, pero, por sobre todo, en el caso de los poetas creacionistas españoles, dotándola de autores de calidad, asunto que en el ámbito del heterogéneo ultraísmo (y a juicio del propio Huidobro) se encontraba prácticamente ausente.
Los viajes de 1919, 1920 y 1921
Tal como se señaló anteriormente, los viajes inmediatamente posteriores a 1918 no revestirán la misma importancia que el primero.
En 1919, de camino a Chile, Huidobro pasa por la capital española y nuevamente acogido por la hospitalidad de Rafael Cansinos Asséns enseña a los contertulios del Café "Colonial" los primeros esbozos de escritura de Altazor, poema que en ese entonces escribía en francés y con el título de Voyage en parachute. También por esos días, Cansinos traducirá para una de las revistas ultraístas más importantes, "Cervantes", Tour Eiffel, y Hallalí, libros que habían aparecido el año anterior en la capital española sólo en versión francesa (15) .
1920 será el año en que se desate la seguidilla de oscuras polémicas y también el de su progresivo alejamiento de los jóvenes ultraístas. Si bien Huidobro colabora con diversas revistas del movimiento español ("Grecia", "Ultra", "Cervantes" y "Tableros") será una entrevista concedida por Pierre Reverdy a Enrique Gómez Carrillo para "El Liberal" de Madrid -donde Reverdy se atribuye la paternidad del creacionismo y acusa al chileno de antedatar la plaquette El espejo de agua (Buenos Aires, 1916)- la que gatille toda clase de discursos a favor y en contra del chileno(16) . Guillermo de Torre abogará primero a favor del poeta y luego tomará el bando opuesto para entonces dejar muy en claro su posición en su polémico libro Historia de las literaturas de vanguardia;(17) en todo caso, esta "guerrilla literaria" no aportará más que confusión y animadversiones que poco o nada tienen que ver con la real dimensión de la obra huidobreana. Lo que sí es conveniente aclarar, es que desde el año 1919 los ultraístas habían manifestado su interés por separarse de los lineamientos creacionistas, como queda explicitado en un texto de José Rivas Panedas publicado en la revista "Cervantes" y titulado Protesto en nombre de Ultra (18):
"(…) el creacionismo, es algo bien concreto, al menos
una cosa muy concreta al lado de nuestro Ultra, que no
nos cansaremos de repetir, que no es un dogma ni un
modo. El creacionismo sí (…)"(19)
Lo que evidencia justamente una de las críticas más certeras de Vicente Huidobro a la vanguardia peninsular: su falta de carácter, de homogeneidad, su carencia de una idea central, de un eje que de alguna manera particularice y distinga la apuesta del ultraísmo de las otras corrientes de la época. Un problema que apunta a esa facultad receptora de ultra a todas las innovaciones al uso (futurismo, dadaísmo, expresionismo, creacionismo), pero que no logra decantar en la opción concreta ni menos en la práctica poética (20).
El año 1921 está marcado por la aparición en Madrid del primer número de la revista "Creación, Revista Internacional de Arte" (fundada y dirigida por Huidobro, que vio la luz en abril) y cuyo contenido incluía poemas y artículos en diversos idiomas, partituras musicales e ilustraciones de Braque, Gris y Picasso entre otros (21). Poco o nada ha quedado registrado de la resonancia de esta publicación, aunque es necesario consignar que tanto Larrea como Diego la citan como otro de los instrumentos que allanaron el camino a la introducción de las ideas vanguardistas. Cabe destacar que éste es el año en que Huidobro conoce personalmente a Gerardo Diego y Juan Larrea, iniciando la ya mencionada amistad que se mantendrá inalterable aún en los momentos más álgidos de las diversas polémicas.
En última instancia hay que señalar otro hecho importante acontecido en ese viaje: se trata de la conferencia pronunciada en diciembre por Huidobro en el Ateneo de Madrid -presentado por el poeta Mauricio Bacarisse- y cuyo título (como acreditan los recortes de prensa del propio autor (22) "Estética Moderna" intenta reafirmar la importancia del creacionismo en el contexto de las literaturas de vanguardia. El interés y vigencia del texto será tal, que Huidobro lo publicará en 1931 como prólogo a uno de sus libros más significativos, Temblor de cielo.
Un fracaso inexplicable: el viaje de 1931
En los meses de enero y febrero de 1931 Huidobro reside una vez más en la capital de España (23). Asiste a recitales poéticos (entre los que cabe destacar "Poeta en Nueva York" realizado por Federico García Lorca), proyecta publicar nuevas revistas, polemiza con Luis Buñuel, se aleja de los escritores del grupo del 27 y publica dos de sus libros más importantes: Altazor y Temblor de Cielo (24) en dos casas editoriales de gran prestigio en el ámbito literario español. Estos libros, tal vez los más destacados de toda la producción huidobreana, no merecen mayor atención de la crítica. Como ya ha sido usual en la prensa madrileña, las reseñas sobre la obra del chileno destacan por su ausencia. Hecho singular, inexplicable (o solo explicable por las múltiples enemistades granjeadas por el poeta en sus anteriores visitas) que se asemeja a otros silencios y cegueras sufridos por escritores importantes. No es este el espacio indicado para realizar una valoración de textos tan determinantes en el panorama de la literatura escrita en lengua castellana, pero llama la atención profundamente que del poeta sólo se recojan una entrevista realizada por César González-Ruano en "El Heraldo de Madrid" (25) (cuando aún no aparecían los libros mencionados) y un par de notas sociales donde se relata un banquete ofrecido en su honor por un grupo de poetas y amigos(26). Al revisar la trascendencia de Altazor (y a la luz de lo que hoy señalan y destacan los propios poetas españoles) es casi increíble tal pobreza de recepción crítica.
Lo que aparece como incuestionable es el gran aprecio que Huidobro sentía hacia España y hacia muchos de sus artistas y escritores, aunque no recibiera un reconocimiento abierto, el poeta chileno expresará siempre su admiración y afecto. La siguiente ocasión en que regrese a la península - en medio de la guerra civil - lo explicitará tanto en sus poemas como en diversos artículos y discursos.
1936 - 1937: Guerra civil y Congreso de Escritores Antifascistas
Inaugurada la Segunda República española el 14 de abril de 1931 (sólo un par de meses después que Huidobro regresara a París) los enfrentamientos entre diferentes posturas ideológicas no tardarían en hacerse presentes. Luego de gobiernos inestables y una polarización cada vez más extrema, en 1936 estalla la guerra civil comprometiendo a un número impresionante de intelectuales y artistas en favor de la causa republicana. Huidobro, quien había ingresado a las filas comunistas en esa misma década (y a las que renunciaría poco más tarde, con una gran desilusión motivada por el increíble pacto germano- soviético firmado por Ribentropp y Molotov en 1939) no deja de conmoverse por la tragedia española y declara muy enfáticamente su adhesión al bando republicano, viajando desde Chile hasta la península en 1936, el mismo año en que se inicia la contienda (27)
Su participación en la guerra es muy similar a la de un gran número de poetas españoles e hispanoamericanos: discursos políticos, entrevistas, declaraciones a la prensa, lecturas de poemas, etc. (28). Incluso arenga a las tropas nacionalistas desde un coche blindado, mediante un altavoz, en los frentes de Madrid y Aragón instándoles a desertar del bando rebelde para "pasarse" al republicano (muchos escritores como Rafael Alberti, Miguel Hernández y hasta Antonio Machado, realizarían una labor similar en distintas radios leales). Su pasión se desborda por lo que considera una traición terrible a la voluntad del pueblo. La mayor parte de sus declaraciones subraya este punto agregando, en ocasiones, la necesidad que el continente americano y europeo se comprometan a salvaguardar la integridad de la República y sus conquistas políticas y sociales.
1937 se inicia para Huidobro con el recrudecimiento de las antiguas rencillas mantenidas con Pablo Neruda. Diferentes cartas firmadas a favor y en contra de ambos chilenos enconan aún más las posiciones. El asunto intenta zanjarse más tarde con otra misiva dirigida a Neruda y a Huidobro y firmada por un número considerable de intelectuales europeos y latinoamericanos. En esta se les solicita que depongan sus diferencias en pos de la causa común que los une, la defensa de la República española (29).
Este año será el último en que Huidobro visite España. Sin saber que se trata de una despedida, asiste como representante de Chile al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (celebrado en Valencia, Madrid y París, sucesivamente). Allí se reúne con antiguos amigos y conoce a otros con quien luego constituirá estrechas relaciones (el caso de André Malraux, por ejemplo). Sirve de corresponsal para algunos periódicos chilenos como "Frente Popular" y "La Opinión" de Santiago (30) y escribe algunos poemas alusivos al conflicto que publica, junto a artículos, en revistas tan importantes como "El Mono azul" y "Hora de España".
De regreso a Chile, continuará su labor de respaldo a la República, denunciando la intervención italiana en España de algunos aviadores que están en gira por Sud-América a través de su poema "Fuera de aquí"(31) (publicado en el diario "La Opinión" y que le cuesta una agresión física en la puerta de su casa por parte de simpatizantes de Mussolini). Igualmente, proyecta editar un libro titulado Salud, que nunca fue publicado, con entrevistas a figuras relevantes de la República (Miaja, "la Pasionaria", Líster, Lluis Companys, "El Campesino", etc.) y algunos de los escritores integrantes de las "Brigadas Internacionales".
Es posible afirmar que el compromiso de Huidobro por España sólo es comparable al que meses más tarde de terminada la guerra civil lo vinculen con la defensa de Francia y de Europa de las agresiones nazis y fascistas.
Como conclusión a estas páginas dedicadas a la relación del poeta chileno con España, es menester subrayar el papel determinante de Huidobro en el necesario agiornamento de los escritores peninsulares con sus colegas europeos. Los estímulos y el ejemplo del autor de Altazor son incuestionables a la hora de realizar un balance justo del desarrollo de la vanguardia española. Por último, su compromiso con las reformas sociales de la II República española y su defensa incansable por la supervivencia de lo que ésta representaba deben hacer meditar en torno a la idea del poeta de la indispensable ligazón de la península con el resto de Europa. Luego de muchos años de aislamiento, tanto los intelectuales y artistas españoles como los políticos y la gran mayoría de su población llegarían por fin a una conclusión similar.
DISCURSO
EN ESTOCOLMO
Pronunciado
por Pablo Neruda con ocasión de la entrega del Premio Nobel de
Literatura.
Mi
discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones
lejanas y antípodas, no por eso manos semejantes al paisaje y a las
soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto
nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo
Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su
cabeza el norte nevado del planeta.
Por
allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron
acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve
que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con
Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones
inaccesibles, y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos
tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había
huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo
buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de
poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas
nieves, adivinando más bien- el derrotero de mi propia libertad. Los
que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre
los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus
caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los
grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso,
cuando me dejaran solo con mi destino.
Cada
uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel
silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el
humus depositado por centenares de años, los troncos semiderribados
que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era una
naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza
de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el
peligro, el silencio y la urgencia de mi misión.
A
veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por
contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si
muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las
glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve
que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo
hunden bajo siete pisos de blancura.
A
cada lado de la huella contemplé en aquella salvaje desolación,
algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados
que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares
de viajeros, altos túmulos de madera para recordar a los caídos,
para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para
siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con
sus machetes la ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían
sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los
robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del
invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una
tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las
tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos
que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres
de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y
atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la
energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero
esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los
caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera.
Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo
comencé a mecerme sin sostén, mis piernas se afanaban al garete
mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así
cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los vaqueanos, los
campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta
sonrisa:
-¿Tuvo mucho miedo?
-Mucho. Creí que había
llegado mi última hora -dije.
-Ibamos detrás de usted con el
lazo en la mano -me respondieron.
-Ahí mismo -agregó uno de
ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo
mismo con usted.
Seguimos
hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas
imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del
planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre
de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos
pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los
desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en
las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido
sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de narices y patas, pero
proseguimos empecinados el vasto, espléndido, el difícil camino.
Algo
nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como
singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera
acurrucada en regazo de las montañas: agua clara, prado verde,
flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa
luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí
nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de
un recinto sagrado, y mayor condición de sagrada tuvo aún la
ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus
cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un
rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron
silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos
alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella
ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas
las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro
muerto.
Pero
no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos
amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza,
saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada,
repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que
por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera
imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una
comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud,
una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas
soledades de este mundo.
Más
lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por
muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas
de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio
cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas
desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer
vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al claror de la lumbre,
grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de
árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban
escapar por las hendiduras del techo un humo que vagaba en medio de
las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos
acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del
fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en
el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción
que, naciendo de las brasas y de la oscuridad, nos traía la primera
voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de
amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia
la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la
infinita extensión de la vida. Ellos ignoraban quienes éramos,
ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi
nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto
a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la
oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba
una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que
se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos
gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata.
Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer
emprendimos los últimos kilómetros de jornada que me separarían de
aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras
cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba
al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar
(lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de
recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas
termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado
amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro
ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en
ese "nada más", en ese silencioso nada más había muchas
cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos
sueños.
Señoras
y Señores:
Yo
no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un
poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o
estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de
supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos
del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión
y en este sitio tan diferente a lo acontecido, es porque en el curso
de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración
necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis
palabras sino para explicarme a mí mismo.
En
aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación
del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del
alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en
que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el
sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del
hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no
menor fe que todo está sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y
su actitud, el hombre y su poesía- en una comunidad cada vez más
extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la
realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde.
Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si
aquellas lecciones que recibí al cruzar un río vertiginoso, al
bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el
agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si
aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos
otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como
exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí,
no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los
versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté
más tarde.
De
todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de
los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos
llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es
preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el
silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar
torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa
canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia:
de la conciencia de ser hombres y de creer en su destino común.
En
verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin
posible participación en la mesa común de la responsabilidad, no
quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las
justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después
de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos
se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría
gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o
absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de
desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía
no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de
concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo
esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más
ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas
las épocas y para todas las tierras.
E
l
poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño
dios". No está signado por un destino cabalístico superior al
de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que
el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el
panadero más próximo, que no se cree dios. El cumple su majestuosa
y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de
cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a
alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla
conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una
construcción simple o complicada, que es la construcción de la
sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre,
la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta
se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en
manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su
ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el
poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño
de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser
hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía al anchuroso
espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando
en cada época nosotros mismos.
Los
errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que
repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me
permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo
que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura.
Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos
creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa
de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los
impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos
indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir a
tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de
la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que
hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en
vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un
realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo
de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio
que contemplábamos como arte integral de nuestro deber. Y en sentido
contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o
de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo
secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas,
nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de una
tembladera de hojas, de barro, de nubes, en que se hunden nuestros
pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En
cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión
americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio
enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra
obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial
el deber de una comunicación crítica en un mundo deshabitado y, no
por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores-
sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que
duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos
destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas
espesas, de ríos que cantan como truenos. Necesitamos colmar de
palabras los confines de un continente mudo y nos embriagaba esta
tarea de fabular y de nombrar. Tal vez esa sea la razón determinante
de mi humilde caso individual; y en esa circunstancia mis excesos, o
mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más
simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos
quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas
pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis
cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde
se cruzaron los caminos, o como fragmentos de piedra o de madera en
que alguien, otros, los que vendrán, pudieran depositar los nuevos
signos.
Extendiendo
estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus
últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad
y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí
viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas
deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de
América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la
extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma;
con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera
pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos.
Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o
amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de
nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la
oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han
aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni
escribirnos se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual
no es posible ser hombres integrales.
Heredamos
la vida lacerada de pueblos que arrastran un castigo de siglos,
pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con
piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante,
pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas
terribles del colonialismo que aún existe. Nuestras estrellas
primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni
esperanzas solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas,
la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro
tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿qué sería de mí si
yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado
feudal del gran continente Americano? ¿Cómo podría yo levantar la
frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me
sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la
transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América,
enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del
espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan
a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses
destinaron a los pueblos americanos.
Yo
escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes
de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del
sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable
ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin
descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos
recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis
deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y
la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino
también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
Hace
hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz
de los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés
d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al
amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las
espléndidas ciudades).
Yo
creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura
provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante
geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue
regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el
hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado
hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En
conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los
trabadores, a los poetas que el entero porvenir fue expresado en esa
frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la
espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los
hombres.
Así
la poesía no habrá cantado en vano.
César
Vallejo
"Todos
sabemos que la poesía es intraducible. La poesía es tono, oración
verbal de la vida. Es una obra construida de palabras. Traducida a
otras palabras, sinónimas pero nunca idénticas, ya no es la misma.
Cuando Vicente Huidobro sostiene que sus versos se prestan, a la
perfección, a ser traducidos fielmente a todos los idiomas, dice un
error. De este mismo error participan todos los que como Huidobro,
trabajan con ideas, en vez de trabajar con palabras y buscan en la
versión de un poema la letra o texto de la vida, en
vez de buscar el tono o ritmo cardíaco de la vida...
El poema debe, pues, ser trabajado con simples palabras sueltas,
allegadas y ordenadas según la gama creadora del poeta... Lo que
importa en un poema como en la vida, es el tono con que se dice una
cosa y, muy secundariamente, lo que se dice. Lo que se dice es, en
efecto, susceptible de pasar a otro idioma, pero el tono con que eso
se dice, no: el tono queda, inamovible, en las palabras del idioma
original. Los mejores poetas son, en consecuencia, menos propicios a
la traducción.
(…)
El
artista es, inevitablemente, un sujeto político.
Su neutralidad, su carencia de sensibilidad política probaría
chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética. Pero,
¿en qué esfera deberá actuar políticamente el artista?
Su campo de acción política es múltiple: puede votar, adherirse a
protestar, como cualquier ciudadano; capitanear un grupo de
voluntades cívicas, como cualquier estadista de barrio; dirigir un
movimiento doctrinario nacional, continental, racial o universal, a
lo Rolland. De todas estas maneras puede, sin duda, militar en
política el artista; pero ninguna de ellas responde a los poderes de
creación política, peculiares a su naturaleza y personalidad
propia. La
sensibilidad política del artista se produce, de preferencia y en su
máxima autenticidad, creando inquietudes y nebulosas políticas, más
vastas que cualquier catecismo o colección de ideas expresas y, por
lo mismo, limitadas, de un momento político cualquiera, y más puras
que cualquier cuestionario de preocupaciones o ideales periódicos de
política nacionalista o universalista.
El artista no ha de reducirse tampoco a orientar un voto electoral de
las multitudes o a reforzar una revolución económica, sino que
debe, ante todo, suscitar
una nueva sensibilidad política en el hombre, una nueva materia
prima política en la naturaleza humana.
Su
acción no es didáctica,
transmisión o enseñatriz de emociones o ideas cívicas, ya cuajadas
en el aire. Ello consiste, sobre todo, en
remover, de modo oscuro, subconsciente y casi animal,
la anatomía política del hombre, despertando en él la aptitud de
engendrar y aflorar a su piel nuevas inquietudes y emociones cívicas.
El artista no se circunscribe a cultivar nuevas vegetaciones en el
terreno político, ni a modificar geológicamente ese terreno, sino
que debe transformarlo química y naturalmente. Así lo hicieron los
artistas anteriores a la Revolución Francesa y creadores de ella;
así lo han hecho los artistas verdaderos, se ve y se palpa sólo
después de siglos, y no al día siguiente, como acontece en la
acción superficial del seudo-artista.
(…)
El
artista debe, antes que gritar en las calles o hacerse encarcelar,
crear,
dentro de un heroísmo
tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos políticos
de la humanidad, que
sólo con los siglos se hacen visibles y fructifican, precisamente,
en esos idearios y fenómenos sociales que más tarde suenan en la
boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y
conductores de opinión, de que hemos hablado más adelante.
Si
el artista renunciase a crear lo que podríamos llamar las nebulosas
políticas en la naturaleza humana, reduciéndose al rol, secundario
y esporádico, de la propaganda o de la propia barricada ¿a quién
le tocaría aquella gran taumaturgia del espíritu?
Hay
hombres que se forman una teoría o se la prestan al prójimo, para
luego tratar de meter y encuadrar la vida, a horcajadas y mojicones,
dentro de esa teoría. La vida viene, en ese caso, a servir a la
doctrina, en lugar de que ésta sirva a aquélla. Los marxistas
rigurosos, los marxistas fanáticos, los marxistas gramaticales, que
persiguen la realización del marxismo al pie de la letra, obligando
a la realidad social a comprobar literal y fielmente la teoría del
materialismo histórico – aun desnaturalizando los hechos y
violentando el sentido de los acontecimientos -, pertenecen a esa
calaña de hombres. A fuerza de ver en esta doctrina la certeza por
excelencia, la verdad definitiva, inapelable y sagrada, la han
convertido en un zapato de hierro, afanándose por hacer que el
devenir vital – tan fluido, por dicha y tan preñado de sorpresas -
calce dicho zapato, aunque sea magullándose los dedos y hasta
luxándose los tobillos.
Son éstos los doctores de la escuela, los escribas del marxismo,
aquellos
que velan y custodian con celo de amanuenses la forma y la letra del
nuevo espíritu, semejante a todos los escribas de todas las buenas
nuevas de la historia.
Su aceptación y acatamiento al marxismo, son tan excesivos y tan
completo su vasallaje a él, que no se limitan a defenderlo y
propagarlo en su esencia –lo que hacen únicamente los hombres
libres-, sino que van hasta interpretarlo literalmente, es decir,
estrechamente. Resultan,
así, convertidos en los primeros traidores y enemigos de lo que
ellos, en su exigua conciencia sectaria, creen ser los más puros y
los más fieles depositarios.
Es, sin duda, refiriéndose a esta tribu de esclavos, que el propio
maestro se resistía, el primero, a ser marxista.
Qué
lastimosa orgía de eunucos repetidores, la de estos traidores del
marxismo. Partiendo de la convicción de que Marx es el único
filósofo de la historia pasada, presente y futura, que ha explicado
científicamente el movimiento social y que, en consecuencia, ha
dado, una vez por todas, con el clavo de las leyes del espíritu
humano, su primera desgracia vital consiste en apartarse de raíz de
sus propias posibilidades creadoras, relegándose a la condición de
simples papagayos panegiristas y papagayos de El
Capital.
Según estos fanáticos, Marx será el último revolucionario de
todos los tiempos y, después de él ningún hombre futuro podrá ya
crear nada. El espíritu revolucionario acaba con él y su
explicación de la historia contiene la verdad última e
incontrovertible contra la cual no cabe ni cabrá objeción ni
derogación posible, ni hoy ni nunca. Nada puede ni podrá concebirse
ni producirse en la vida, que no caiga dentro de la fórmula
marxista. Toda la realidad universal no es más que una perenne y
cotidiana comprobación de la doctrina materialista de la historia.
Desde los fenómenos astrales hasta las funciones secretoras del sexo
del euforbio, todo es un simple reflejo de la vida económica del
hombre. Para decidirse a reír o llorar ante un transeúnte que
resbala en la calle, sacan su Capital
de
bolsillo y lo consultan previamente. Cuando
se les pregunta si el cielo está azul o nublado, abren su Marx
elemental, y según lo que allí leen es la respuesta. Viven
y obran a expensas de Marx. Ningún esfuerzo les es ya exigido ante
la vida y ante sus vastos y cambiantes problemas. Les es suficiente
que, antes que ellos haya existido el maestro que ahora les ahorra la
viril tarea y la noble responsabilidad de
pensar por sí mismos
y de ponerse
en contacto directo con las cosas.

|
Manifiesto
anticomunista de Vicente Huidobro
Pasada
la época heroica de la revolución, el comunismo se ha
convertido en un partido político como cualquier otro, sinuoso y
zigzagueante como cualquier conglomerado politiquero. Con una
diferencia y es que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que
crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central
es perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque
al día siguiente decrete lo contrario.
|
El
poeta Huidobro.
|
A
fines de 1946, el 16 de noviembre había aparecido una nueva
revista política en nuestro país,
se llamaba "El
Estanquero" y se destacaba especialmente por su acendrada
lucha contra el comunismo.
De los artículos en ella publicados
rescatamos el publicado en su edición del 5 de abril de 1947
titulado
"Por qué soy anticomunista" y que está
firmado por Vicente Huidobro, nuestro destacado poeta que militó
entre 1930 y 1940 en esa colectividad:
|
"La
vida de la humanidad es ir presentando problemas. La vida del hombre
es ir corrigiendo errores. Estos son los resortes que impulsan la
marcha y excitan el espíritu a no detenerse.
Cuando
surgió en un magnífico salto mortal la Revolución Rusa sobre el
proscenio del mundo, muchos aplaudimos. Creímos que el comunismo era
la solución del problema del hombre o por lo menos la solución de
los más visibles desequilibrios humanos. Pero es evidente que no ha
traído las soluciones tan anheladas; acaso porque el problema no
tiene solución, acaso porque había que empezar por la revolución
espiritual para llegar luego, como segunda etapa, al mundo económico,
acaso porque el comunismo se preocupó sólo de una parte de la
humanidad y despreció demasiado otros sectores y otros valores. No
es una revolución total del hombre, es la revolución del obrero.
Pasada
la época heroica de la revolución, el comunismo se ha convertido en
un partido político como cualquier otro, sinuoso y zigzagueante como
cualquier conglomerado politiquero. Con
una diferencia y es que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que
crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central es
perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque al día
siguiente decrete lo contrario.
Es decir la sumisión más absoluta es de rigor, una sumisión que
llega al último límite de la claudicación humana. La papidad del
Jefe Supremo es más absoluta que la del Supremo Pontífice romano.
Entonces la evolución histórica no ha avanzado nada, la libertad de
pensamiento se ve tan aplastada y escarnecida como en sus peores
tiempos.
¿Esto
en nombre de qué ley misteriosa? En nombre de un postulado que
afirma que ellos conocen las leyes secretas de la historia, de una
especie de historia-objeto que ellos dan vuelta entre sus manos al
revés y al derecho y son los únicos en conocer hasta sus últimas
raíces. Acaso mañana la historia se haga una ciencia. Hoy esto es
falso. En el juicio humano sobre los acontecimientos históricos,
sobre el desarrollo evolutivo de las civilizaciones, sobre su
probable curso futuro siempre hay elementos que escapan a lo
puramente objetivo y aún imperativos abstractos que impiden un
juicio demasiado absoluto. Entonces
los fanatismos y las brutalidades fanáticas caen en la monstruosidad
y no tienen justificación real. Los fusilamientos por diferencias
políticas son crímenes repugnantes.
Naturalmente
la burguesía debe ser liquidada; no
se trata de defenderla sino de encontrar un sistema nuevo que pueda
conducir el mundo después de la liquidación de un sistema ya
ineficaz. Pero
este sistema nuevo no puede ser ninguno que implique una tiranía y
la abolición de la libertad.
Es muy posible que la solución del impasse actual sea un mundo
manejado por la ciencia, por técnicos científicos y no por
políticos.
Después
de la última guerra contra las tiranías nacistas y fascistas ha
revivido con más fuerza que nunca el problema de la libertad humana.
En nombre de esta libertad se alzan las conciencias honradas porque
seguramente hay voces en esta orquesta movidas por bajos intereses,
como también las hay entre los defensores del comunismo. Pero estas
voces, ni en un lado ni en el otro, tienen importancia y se les
conoce por encima de la ropa la superficialidad.
Jamás
han tenido un conflicto espiritual o un caso de conciencia.
Un
lugar mejor
No
se trata de construir una cárcel sino un mundo civilizado, cultural,
habitable. Para que el mundo sea habitable tiene que ser construido
por hombres libres y que a cada ladrillo que colocan sientan un poco
más su libertad. El hombre es libertad o sea responsabilidad o no es
hombre, porque lo esencial del ser humano es poder decir: me
pertenezco y obro por decisión propia, no por imposiciones ni
obligado por fuerzas externas. Y no es tan difícil determinar los
límites de mi libertad o sea cuando mi libertad invade libertades
ajenas.
Lo
que más nos interesa es el pensamiento libre buscando la verdad. No
el pensamiento dirigido por un comité central buscando la propaganda
de una doctrina dada como absoluta en nombre de una papidad que
cuenta con los mecanismos policiales para aplastar a todo el que no
esté conforme.
Es éste fanatismo el que repugna a la razón. Esta tiranía lleva en
sí su propia contradicción. Supongamos que los zares de Rusia
hubieran dispuesto de un aparato policial tan perfecto como el actual
del comunismo, jamás Lenín habría podido levantar cabeza y hacerse
oír. Así mismo podemos suponer que si mañana quisiera levantarse
un nuevo Lenín en Rusia, desaparecería en 24 horas y nadie
conocería sus teorías aunque fueran las más interesantes y
presentaran la solución de todos los problemas. Esto
puede suceder cuando no hay libertad de pensamiento.
Se
diría que el comunismo llegó tarde a la hora de los fanatismos. Ya
el cerebro humano pasó esas etapas, por lo menos en los países
civilizados. Por eso los fanatismos comunistas suenan a hueco y ya no
impresionan a nadie. Sabemos
que todo fanático es un idiota.
Y además es un débil que se da fuerzas con su fanatismo. Este es el
tónico de todos los hospicianos.
Lo
que más daño ha hecho al comunismo es la manera de atacar y de
defenderse, la táctica de insultos, de calumnias, el manejo de todas
las armas prohibidas y los golpes sucios, impuesto por una banda
de tontos irresponsables
que se han refugiado en ese partido y no se sabe por qué los han
admitido y les han permitido fructificar en su seno. Los amargados,
los resentidos se sienten muy cómodos al interior de un partido que
les permite usar sus almenas para disparar flechas en colectividad y,
sentirse acompañados en su insignificancia. En realidad una suma de
debilidades no constituye una fuerza, pero ellos al sentirse codo con
codo se engañan a sí mismos, se dan el valor y hasta pueden
alcanzar cierto optimismo que no lograrían de otro modo.
Uno
de los argumentos que más ha molestado a los intelectuales
comunistas es una especie de eslogan lanzado en la prensa anglosajona
de postguerra y que dice que el comunismo sólo aumenta en los países
resentidos o de reconocido analfabetismo y disminuye en los países
más culturales y más civilizados. Se advierte hoy en todo el mundo
el mismo fenómeno: Las tácticas lanzadas por los comunistas ahora
se vuelven contra ellos. Las consignas que ellos empleaban, las
emplean ahora sus enemigos, se las disparan a la cara y los hieren
con sus mismas armas. La consigna comunista: Guerra al fascismo
pardo, se ha convertido en la consigna de las democracias: Guerra al
fascismo rojo. Los esclavos de la Gestapo ahora son los esclavos de
la Guepeú. Y así muchas otras. Esto sucede porque no se puede basar
una lucha social en simples consignas lanzadas al viento sino en algo
más serio, en algo más sólido como la libre discusión de los
principios y de los hechos históricos.
Ellos
quieren amordazar toda polémica y creen que con insultos van a
atemorizar a las conciencias libres o a fuerza de gritos van a
impedir que se oigan las voces que delatan sus errores o sus
mentiras. Se equivocan. Ya no asustan a nadie, ya no acallan ninguna
voz contraria. Abusaron demasiado del insulto, del alarido, de todos
los gestos sonoros pero huecos. Cuando
un escritor de otro país afirma que en Rusia hay tiranía, que no
hay libertad, es inútil chillar, lo lógico sería aceptar la verdad
y explicar por qué no hay libertad.
Todos
estos hechos son los que han producido la desilusión que existe
entre tantos y tantos escritores que ayer en los días duros de la
revolución, le dieron sus mejores esfuerzos y hoy en que el
comunismo se ha convertido en una buena palanca de arribismo, se han
retirado para dar el paso a otros, a los arribistas.
Lenín
decía que al partido se entraba a sufrir, a sacrificarse, a luchar,
a trabajar. ¿Cuántos son hoy los que han entrado con fines de
propaganda y de puras ambiciones personales? Muchos, demasiados.
Ellos serán los sepultureros de su propio partido y del partido que
les permitió vivir. Ellos llaman irónicamente a los desilusionados,
los impacientes, los heroicos, etc., etc. Pero éstos no serán los
enterradores.
Muchos
podrán decir ahora que el comunismo es el opio de la inteligencia,
en el mismo sentido en que Marx decía que la religión era opio del
pueblo".
http://www.siglo20.cl/1940-49/1947/rep1.htm
Gide
y el comunismo
Artículo
publicado en el número 151 de El
viejo topo,
abril 2002. La edición digital procede de la publicación virtual de
Batzac
aunque se ha completado con los dos últimos apartados y las notas,
que no figuraban en la misma
http://www.fundanin.org/Gide.htm
Pepe
Gutiérrez
Sin
embargo, a diferencia de un Bergamín por ejemplo, Gide sigue
manifestando la independencia de su carácter cuando en su
intervención central en el I Congreso de Intelectuales en Defensa de
la Cultura celebrado en París en junio de 1936, Gide no interpreta
el guión manipulado por los organizadores según el cual el Frente
Popular de la Cultura era una necesidad apremiante contra el nazismo,
y exigía por lo tanto "unanimidad", sino que proclama el
suyo propio en un discurso en el que enfatiza la defensa de la
libertad de creación y de la crítica, y a pesar de los consejos de
Malraux, se atrevió a continuación a exigir la libertad del
escritor y militante rusofrancés Victor Serge, uno de los dirigente
de la Oposición de Izquierdas que, ulteriormente influirá en su
evolución crítica del estalinismo sin dejarse llevar por el temor
de "hacer el juego" a la derecha.
(…)
Después
de Retouches,
Gide parece volver a la etapa anterior a su compromiso. Desde junio
de 1937, su Journal
trata exclusivamente de problemas relacionados con la creación
literaria, pero no tardará en salir de nuevo a la palestra llamado
por acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona. Su posición en
relación a la guerra civil española era ya bastante clara, y nada
más comenzar Gide habló con pasión de un dilema entre todo lo que
había de avanzado y noble -la República-, con todo lo que había de
retrógrado y brutal -el franquismo-, y en su vehemencia, no dudó en
levantar su copa por la victoria de la República en una cena con
Stalin, justo cuando éste se había mostrado como un abanderado de
la farsa de la nointervención y Pravda
todavía no había tomado partido. Una carta le informa desde
Barcelona de los procedimientos que se están empleando contra el
POUM y la CNT, y esto le lleva entonces a apoyar una campaña
internacional a favor de Andreu Nin y otros perseguidos junto con
George Duhamel, Roger Martin du Gard y Francois Mauriac y otros
prorepublicanos que envían una carta a Negrín exigiendo que se
aclare la situación de los perseguidos. En este momento Gide
manifiesta también su voluntad de asistir al Congreso de
Intelectuales Antifascistas que el gobierno de Negrín ha organizado
en Valencia con el soporte total del Komintern.(…)
Un
nuevo conflicto
Aunque
en su planteamiento primordial el II Congreso de Escritores
Antifascistas se enfocó como encuentro de los escritores de todas
las tendencias democráticas representadas en la República, y que la
designación de Emilio Prados, Emilio Serrano Plaja y Juan Gil-Albert
para la secretaría aparecía como una garantía de dicha pluralidad,
su sentido real no era otro que el de la reafirmación cultural del
giro político operado en torno a la sustitución de Largo Caballero
por el Dr. Negrín. En
este encuentro no había lugar para las voces críticas,
y de ello se encargaron especialmente los escritores más vinculados
al estalinismo como Ilya Erhemburg, Mijhail Koltzov o Pablo
Neruda.
Como figura protagonista del encuentro anterior, amigo indiscutible
de la República y figura de primera magnitud de las letras
internacionales, Gide tuvo que presentar su candidatura donde tenía
que haber sido un invitado de honor. Sin embargo, cuando se comenzó
a hablar de él, la delegación soviética,
con Alexis Tolstoy
y Koltzov a la cabeza, amenazó con retirarse. Luego las plumas
adictas al estalinismo desencadenaron una campaña contra el autor de
Los
alimentos terrestres,
amalgamado con el "trotskysmo" y contra la disidencia
intelectual representada sobre todo por Bretón y el grupo
surrealista. Para la mayoría de delegados empero se trató de un
"incidente" embarazoso que amenazaba la unidad del campo
republicano gravemente deteriorado y necesitado de un apoyo
internacional que no llegaba, a pesar de la "normalización"
antirrevolucionaria.
Este
será el caso de Malraux, uno de los amigos de Gide que tuvo sus
problemas para justificar moralmente su apoyo al veto. Malraux, que
había
justificado los procesos de Moscú como algo que no afectaba a los
valores esenciales de la URRS -lo mismo que la Inquisición, decía,
no la había hecho con los valores del cristianismo-,
encontraba la actitud de Gide inoportuna.
Mucho más expeditivo fue Julien Benda, el famoso autor de La
traición de los intelectuales.
A José Bergamín, que había escrito un ignominioso prólogo a una
apología de los "procesos", le tocó presentar una
resolución en nombre de la delegación española en la que se
negaba a Gide el derecho de participar por sus "ataques al
pueblo ruso y a sus escritores"
y
además porque su presencia podía "crear una enemistad con los
que están identificados con nuestra causa" (7).
Inmerso en este conflicto parecía obvio que Gide no podía ser
insensible a la suerte de Trotsky, aunque durante estos años no lo
mencionó, ni siquiera llegó leer un libro como Mi
vida
que, paradójicamente, había causado una honda impresión en
François Mauriac. No será hasta después del primer proceso que
Gide intervendrá a favor del fundador del Ejército Rojo escribiendo
personalmente a su amigo de la juventud, León Blum, ahora al frente
del gobierno, para que facilitara el tránsito de Trotsky a México.
Durante el segundo proceso, y en un momento en que toda
la intelligentzia de izquierdas se muestra fascinada por la
"eficacia" de Stalin,
Gide escribe al también escritor Jean Guéhenno: "Lo que
pretendo es que se puede desaprobar a Stalin, sin llegar por ello a
ser trotskysta. Creo (es necesario insistir} que es extremadamente
peligroso vincular la causa de la Revolución con la Unión Soviética
que, repito, la compromete. Es por haber denunciado dicho
comprometimiento que Trotsky es tratado como enemigo público (cuando
es Stalin el que compromete la revolución) y de paso, es de golpe
asimilado al fascismo, lo cual resulta ciertamente una simpleza. Él
es mucho más enemigo del fascismo que el propio Stalin, y es en
tanto que revolucionario y antifascista que denuncia los compromisos
de este último. Pero, ¡vete ahora a hacerle comprender esto a un
pueblo ciego!".
Bertolt Brecht
(Alemania,
1898-1956)
A
los hombres futuros
"
Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos
hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en
los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de
país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos
desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba
contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la
bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone
ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el
camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros,
cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros con indulgencia."